domingo, 21 de septiembre de 2014

No tengo ni puta idea

Me pregunto si ésta ausencia que me he grabado en la piel a fuego lento es la suya o la mía; si el frío que se encierra entre mis sábanas es porque me falta él, o porque me falto yo; si los cristales rotos que retumban en mi cabeza con cada parpadeo son sus añicos, o los míos.
Una vez escribí sobre lo estúpida que me sentía cuando por querer quererle menos por miedo a quererle de más, sufríamos los dos. He perdido la cuenta de las estupideces que he hecho con el fin de protegerme de la bomba atómica de nuestro amor, sin saber que iba a ser él quien saldría herido, de haberlo sabido supongo que habría partido mi cuerpo en dos y le habría protegido de todo. Incluso de mí.
Supongo que amor es cuando estás dispuesto a quemar tu cuerpo, a romperte en mil pedazos, a dejarlo todo atrás, a arrancar tu corazón todo por una simple mirada de la otra persona. Y es que incendié mi mundo por poder juntar su boca con la mía y, a pesar de todo, pase lo que pase y haya pasado lo que haya pasado, lo volvería a hacer. Aunque sea por el día que dormí con él de almohada, aunque sea por todos los amaneceres que nos dedicamos, por la vez que nos perdimos en un bosque en el que no me quiero encontrar, por los besos que el mar nos vio hacer el mundo temblar, por todas las noches que la luna nos oyó gritar, por todas las lágrimas de desesperación que me secó con su sonrisa. Que mi vida ardiera mereció la pena desde el primer momento, aunque haya tardado demasiados errores en darme cuenta.
Le echo de menos, y no tengo ni puta idea de qué haré sin él, no tengo ni puta idea de cómo se vive sin sus besos, sin su risa, sin su manera de acariciarme el pelo. No tengo ni puta idea, ni quiero tenerla,

martes, 16 de septiembre de 2014

Cartas con sabor a verano

No sé si es el primer día sin él, o el primer día sin mí. Aunque nunca he sabido muy bien cuál es la diferencia. Supongo que hace mucho que si no es él, no soy yo; y aunque he desistido de intentar encontrarle la lógica a ésto que hemos llamado amor, una pequeña parte de mí no se rinde para encontrarla. Será por eso de que siempre he buscado respuestas para preguntas que siquiera he formulado.
No sé a qué o a quien le escribo. No sé si es la manera más autodestructiva que he encontrado de encontrarme, o el camino más fácil para acabar de perderme. Le he escrito tantas veces a un desamor ajeno que cuando tengo que escribir sobre mis cristales rotos, me corto. Será eso de que no se debe escribir sobre heridas recientes, sobre abismos por los que has caído y no por placer, que todas las veces que me he tirado de cabeza por el acantilado de su sonrisa es otra historia, no tiene nada que ver con el pozo sin fin por el que me he caído cuando él se ha ido. 
Me he olvidado de saber vivir sin él, supongo que ésto no es como andar en bici, que no te olvidas, supongo que ésto es más parecido a aprender a respirar una vez te han robado los pulmones, aprender a dejar tirados todos tus añicos con tal de juntar los suyos.
Y será por eso de que soy masoquista, o qué sé yo, pero prefiero perderme a mí que perderle a él. Y aunque jamás vaya a pedirle que se quede, me niego a dejar que se vaya. No sin dar todo lo que tengo antes, no sin luchar contra el mundo con pies y manos para que vuelva, no sin gritarle hasta perder la voz, no sin que sepa que con él, me voy yo.

martes, 9 de septiembre de 2014

Sálvame

Sálvame ésta noche y todas las que me quedan. Arrástrame hasta todos tus mundos y, por favor, sálvame del mío. Sálvame de mis miedos, del monstruo de debajo de la cama, de mis demonios, del frío, de la soledad, de todos los poemas que algún día me escribiste, de mis heridas y, sobretodo, sálvame de mí.
Sálvame de mis acantilados, de mis precipicios, de mis pozos, de mis huidas, de mis gritos, de mis lágrimas, de mis verdades, de mis mentiras.
Sálvame, como siempre me salvaste, de todos los ojalás que un día suspiré, sálvame de la desesperación, del invierno, de todos los kilómetros que jamás pude tragarme.
Sálvame y hazme huir. Hazme huir con tus besos, tus versos, con tu dulce manía por cantarme The Smiths al oído. Hazme huir lejos, aunque esté cerca.
Prométeme que no te irás, no otra vez. Prométeme que te quedarás, que no romperás, que me sanarás todas las heridas que un día me hiciste, que no me olvidarás como juraste haber hecho hace tanto tiempo que quise olvidar.
Demuéstrame que las segundas, terceras, cuartas y quintas partes no son siempre malas, que tú y yo podemos ser, que nosotros podemos ser, que somos más que todas esas promesas que no cumplimos, que todos esos “te quiero” que rompimos, que todo ese frío que dejamos entre las sábanas. Hazme poder volver a creer en ti, en mí, en que todo lo que un día fuimos puede volver y juro no irme, quedarme aunque duela, quererte aunque a veces, y sólo a veces, te odie.

sábado, 30 de agosto de 2014

Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.

Tentamos a la suerte y perdimos la apuesta, contamos distancias a centímetros que se multiplicaron y quisimos pisar tan fuerte que nos hundimos en nuestros propios pasos. Quisimos creer todas las mentiras que nos contaron con tal de tener un motivo, una excusa, para salir corriendo por la puerta trasera de todos nuestros miedos a querernos sin poder tenernos.
Dejamos atrás las noches de verano contando estrellas en nuestras espaldas, comernos la luna a cucharadas, desgarrar el frío vagando por las calles de nuestras clavículas. Dejamos atrás todas y cada una de las sonrisas que nos dedicábamos al vernos, los sueños de que el tiempo no nos quemaría lo que no estábamos quemando nosotros, las esperanzas en que alguno de los dos cediera lo suficiente como para que no nos perdiéramos.
Pero nos perdimos, nos hundimos, nos quemamos, nos rompimos. Nos olvidamos de todo lo que juramos no olvidar jamás. Rompimos todas las promesas que juramos no romper, quisimos querer más todo lo que nos separaba que lo que nos unía, quisimos olvidar todo lo que algún día se convirtió en nosotros, si llegamos a existir.
No sé cuándo dejé de suspirar tu nombre, no sé cuándo dejé de recorrer tus besos en el recuerdo, no sé cuándo dejé de esperarte, no tengo ni la menor idea de cuándo olvidé tu dulce manía de coserte mis sonrisas robadas a la piel para llevarlas como escudo. Sólo sé que un día me desperté sin necesitar soñarte, sin recordar tu voz, tu olor, tus manos vagar por mi cuerpo.
Y cuando te he olvidado más de lo que creí jamás poder olvidar a nadie, vuelves. Vuelves y arrasas, y rompes, y destrozas, y tientas, y quemas, y me haces volver a soñar con todo lo que fuimos y lo que podríamos haber llegado a ser de no habernos cansado de esperar, de esperarnos. Haces que vuelva a vivir de ti, de una utopía totalmente imposible de cumplir, un sueño imposible de vivir, porque supongo que nosotros siempre seremos más sin ser que siendo. Y como dijo alguna vez alguien, “todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo”.

sábado, 16 de agosto de 2014

19 días y más de 500 noches

He perdido la cuenta de las veces que he intentado olvidar tu nombre y he acabado cediendo, susurrándote de madrugada, acariciando nuestra foto con cristales clavados en el alma.
Me pregunto si alguna vez he conseguido despertarme sin girar hacia el lado derecho de la cama esperando verte despeinado, ronroneando, esperando un beso de desayuno.
Han pasado 19 días y más de 500 noches, y parece que Sabina mentía más de lo que creía. No sé si estoy esperando a que vuelvas o a que yo acabe de irme, y en ambos casos es un suicidio.
Y de verdad que busco olvidarte, olvidarme, olvidarnos. Pero no sé si fallé en todos los pasos dados o es que tú jamás dejaste que me alejara lo suficiente como para que no pudieras recuperarme, y supongo que esa cobardía tuya de marcharte sin acabar de hacerlo no era algo nuevo, sólo algo que intenté disimular con todas mis fuerzas.
Sigo buscándole tres pies al gato e intentando encontrar todos los puntos sobre las íes que jamás llegamos a colocar, sigo esperando que aparezcas de la nada y me beses como solías hacer, que me hagas olvidar que el mundo sigue girando, que me hagas pensar que tenemos alguna posibilidad entre todo este frío que hemos dejado atrás. Y es que hace demasiado tiempo que no deshago la cama mientras duermo, demasiado que fumo tragando el humo, tanto que mis heridas empiezan a supurar alcohol, lo suficiente como para que no me sueñe ni de dormida.
La vida se ha convertido en una escala de grises desde que no me pintas todas las maravillas en los hombros a besos, desde que no me vistes con versos, desde que no me abrazas todos los miedos. No sé si me he caído en un pozo de nuevo, si no he dejado de caer desde que te fuiste, o si me he rendido a todo lo que no tenga que ver contigo, pero sólo quiero creer que algún día, aunque sé que no será hoy y posiblemente mañana tampoco, sea capaz de mirar el reloj sin pensar que cada segundo que pasa es un segundo sin ti.

lunes, 11 de agosto de 2014

La fragilidad de un nosotros.

Me pregunto si alguna vez llegamos a ser más que un puñado de promesas rotas y ojalás inventados; más que un montón de heridas que luchaban por curarse, más que dos desiertos buscando agua al juntarse.
 No logro acordarme si algún día existió un nosotros, y no sé si aferrarme al final que nunca tuvimos de una historia absurda y casi inventada, o seguir dándome de cabezazos contra todas las paredes que me quedan con el estúpido “debimos haber sido sin haber llegado jamás a ser” en la cabeza.
No sé qué es lo correcto, no sé qué se hace en las películas en éste momento, y dudo entre salir corriendo incluso de mí, o intentar escapar contigo a sabiendas de que llegaríamos al mismo callejón sin salida en el que nos perdimos.
No entiendo ni sé si quiero entender qué fue lo que acabó de matarnos, si llegó a ser algo y no fuimos nosotros, que quisimos querernos sin llegar a creérnoslo, si buscamos una aguja en un pajar, o si acabamos tirándonos por todos los acantilados que nos encontramos entre nosotros sin probar a saltarlos o, por lo menos, rodearlos.
No ha pasado un estúpido arañazo de las agujas del reloj que no haya recordado tu manía por tocarme el pelo, tu costumbre por buscarme sin saber que me habías encontrado, tu voz suspirando mi nombre entre calada y calada a mis labios. Y no sé cómo sacarme de la cabeza todos los botellines de cerveza que nos bebimos con la luna de por medio, todos los poemas que nos dedicamos sin haberlos llegado a leer jamás, el recuerdo de tus manos desatar todos mis nudos, los lunares de tu espalda en los que me perdí todas las noches que pasamos en vela.

Pero supongo que nunca fuiste de los que se quedan, o lo fuiste pero cambiaste de opinión al ver que dormir bajo el mismo cielo no era lo mismo que dormir entre las mismas sábanas, que quizá te merecía la pena cerrar todas mis ventanas para abrir una puerta, aunque fuera la trasera.

domingo, 8 de junio de 2014

Nuestro calcetín rojo.

El vestido negro bailaba con su cintura (y qué cintura), mientras ella cegaba la luna con su sonrisa de cuento. Contaba las estrellas como si fueran lunares en la espalda de cualquier afortunado que hubiese conseguido llegar al paraíso de sus sábanas y cantaba como si el miedo no existiera.
Ella tendía a enamorarse con prisas de cualquier hombre que le recitase un poco de poesía en los amaneceres de cada noche pasada en vela, y con la misma rapidez se olvidaba cuando éste le cortaba las alas. Tendía a escapar de las ataduras de cualquier idiota que creía que podía tenerla, cuando ella se limitaba a amar con locura para después olvidar como si no doliera. Ningún hombre que haya visto su manera de despertar al mundo con sus bostezos ha conseguido olvidar sus piernas largas, sus labios rojos y sus ojos añil. Y de hecho no los culpo, yo tampoco he conseguido olvidar cómo bailaba conmigo para hacerme olvidar el mundo, cómo subía las escaleras contoneándose para avisarme que tenía ganas de amarme, y cómo fumaba y recitaba poemas las noches de verano en el balcón acompasada por el silencio de la noche. Yo aún no he podido olvidar cómo volaba entre mundos y su olor indescriptible e imposible de enfrascar.
Ella se había ido hacía tiempo de mi vida, me había dejado los cajones vacíos a conjunto con mi alma, un café frío encima de la mesa y un corazón hecho trizas. Me había dejado tantas noches tristes como tiene la luna, y tantos sueños rotos como alguien que sufría desamor puede imaginar.
El whisky barato se había convertido en mi único acompañante de noches rotas, y un calcetín rojo de Navidad se había convertido en el peluche al que abrazar todas las noches como si fuera a protegerme de todas mis pesadillas.
Era invierno. De esos inviernos fríos que rasgan las ganas de sentir, y en los que llueve desde el amanecer hasta el atardecer. Era uno de esos inviernos que se sienten más con los huesos que con las manos. De esos inviernos que ninguna compañía de alquiler podía mitigar. Yo entraba por la puerta de una casa tan fría como la nieve, olía a alcohol y tabaco, y a amor comprado. La casa yacía patas arriba, a conjunto con mi vida, pero esa noche más de lo normal.
Empecé a buscar aún ebrio como un idiota un estúpido calcetín rojo de esos que se cuelgan de las chimeneas de Navidad, se lo regalé a Ella prometiéndole que algún día tendríamos una chimenea, sin embargo lo dejó encima de la mesa al lado del café frío el día que decidió marcharse.
Y aquí sigo, buscando como un idiota un estúpido calcetín rojo, mientras el mundo no sé si me da vueltas o ha dejado de dármelas.

sábado, 10 de mayo de 2014

74 minutos

Tengo que contarte un secreto: me he aprendido de memoria los kilómetros que viajan desde la punta de mis dedos hasta tu pelo. Los he contado mientras dormías, sin hacer ruido, por si decidías quererme. Qué locura.
Te he dejado todas las sonrisas que me regalaste escritas en la mesilla, por si quieres regalárselas a alguien que no quiera romperse. También he dejado los recuerdos paseando por calles de una ciudad desconocida, que no creo capaz de volver a encontrar, no sin ti. La moneda que tiramos en un beso supongo que ya se encargará el mar de deshacerse de ella, y por nuestro rincón a las puertas de un acantilado, no te preocupes, supongo que ya será el de otros enamorados que creen en imposibles. Qué ingenuos.
Será eso del frío de invierno lo que me congela los huesos desde dentro, embadurnándome con ese frío que no se quita con mantas. Te he gritado en varios sueños que vuelvas, por si te interesa, pero cuando te dije "quédate" te fuiste, así que supongo que de poco sirve que te grite en sueños, si un susurro antes de irte no te detuvo. Desde que te fuiste me da demasiado vértigo decirle a nadie que se quede, por si le da por hacerlo, y desde entonces no he vuelto a decirle a nadie que suba, que mi cama está muy vacía; o que noches de lluvia son las perfectas para querer a la luz de la tristeza. No he vuelto a besar a nadie desde que te di la espalda en mi portal y subí las escaleras con la prisa de morir en ellas, aunque había muerto 74 minutos antes.
Hoy me preguntaron por el amor, entendí "romper" y me acordé de nosotros. Y es que, ¿qué sé yo del amor si he estado mi vida buscándolo sin encontrar otra cosa que no sea dolor y vértigo a miradas o a preguntas para las que no tenía respuestas? Y es que, ¿qué sé yo de la vida, si no vivo porque me rompo y me rompo porque no vivo? En fin, qué dolor de cabeza; será la resaca de falsas esperanzas que me bebí ayer a palo seco, a la espera de estar tan ebria que no recordara tu manera de acariciarme el pelo mientras veíamos Moulin Rouge los Domingos por la tarde, de besarme las lágrimas cuando te lloraba o de ayudarme a gritarle al mundo que no quiero vivir si no es de tu mano.
No sé dónde quedaron esas poesías que me dedicabas para cada una de mis heridas, los besos de despedida o las sonrisas con efecto espejo.
No sé dónde quedamos, dónde nos perdimos. Sólo sé, que no quiero quiero vivir si no es contigo.

domingo, 27 de abril de 2014

Sólo a veces

A veces, me culpo por querer a los demás más de lo que jamás podré llegar a quererme a mí misma. Me culpo por esperar de extraños lo que siquiera yo me he ofrecido. Me culpo por escribir a hombres que jamás entenderían una de mis palabras, como no entendieron ninguno de mis silencios.
A veces me culpo por dar más por alguien que parece dispuesto a quererme que por alguien que de verdad me quiere. A veces me culpo por dolerme los pulmones de llorar sus ausencias en vez de por fumar demasiado.
Me culpo por romper las promesas que me hago a mí misma, por esperar que alguien se quede cuando siquiera yo lo hago, o por dar infinitas oportunidades con la esperanza de que alguien me quiera lo suficiente para no romperme otra vez.
A veces me siento estúpida y me culpo por seguir esperando a gente que hace demasiado que se ha ido, por escribir cartas para intentar evitar el olvido, o por seguir escribiéndole a distancias imborrables.
Me he caído demasiadas veces y aún intento convencerme de que esto de caer de pie y las siete vidas también funciona conmigo, aunque debería estar demasiado muerta si sólo tuviera siete.
Lo más triste de todo es que sigo cayéndome con las mismas piedras, y he dejado de caer con las que parecía que por lo menos sanaban mis heridas.
Y es que a veces pienso que quizá no estoy hecha para ésto de la vida, quizá el secreto está en convertirlo todo en una gran mentira donde poder esconderse por si la realidad asoma por alguna esquina.

viernes, 25 de abril de 2014

Portazos con sabor a Noviembre

Sus ojos de hielo me cortaron con la misma intensidad con la que el silencio cortaba el aire. Sus manos frías se revolvían buscando excusas suficientes para cerrar la puerta por última vez o para correr el riesgo de volver a colarse entre mis sábanas como si fuera la primera vez que lo hacía.
Y no sabía cuál de las dos opciones me aterraba más.
El silencio de la noche envuelto en el frío del invierno rasgaba la ventana y las agujas del reloj me arañaban la esperanza con cada "tic-tac" que pronunciaban entre risas. Mi cigarro se consumía en mis dedos mientras la luna se reía de mí tras la ventana, mientras gatos callejeros le maullaban a la soledad.
Me miró, con esos ojos azules eclipsados por las lágrimas, con esa mirada entre tristeza y lástima, que anunciaba que no iba a quedarse. No otra vez. Se levantó y se fue dejando que el vestido bailase con su cintura y que su olor se quedase en la habitación para siempre. Cerró la puerta y mi mundo se derrumbó en un conjunto de gritos silenciosos. El recuerdo de su risa retumbó en la habitación vacía y todas las fotos que jamás nos sacamos me estallaron en las entrañas.
Se fue. Se fue sin mirar atrás. Se fue sin pensarlo dos veces y yo no tenía motivos para culparla. Se fue porque no supe quererla como ella se merecía, porque sabía que merecía algo más que compartir whisky barato y tabaco de madrugada, que escuchar unos poemas que no rimaban. Se fue porque sabía que merecía más de todo lo que yo podía ofrecerle, aunque fuera todo lo que yo tenía.
Supongo que desde esa noche de Noviembre (aunque posiblemente no lo fuera, todos los momentos tristes me saben a Noviembre), que no me siento ni a mí mismo. Desde que se fue, que creo que me llevó mí consigo porque no me encuentro. No encuentro la manera de salir de toda esta mierda sin acordarme de que se me escapó de entre los dedos como la suave arena de una playa de dioses, no encuentro la manera de olvidar todas las noches que compartimos, todos los sueños que nos robamos, y todos los acantilados por los que escalamos. Me he tatuado su sonrisa en el alma, he convertido mirar su fotografía para escribirla por las noches en mi enfermedad crónica, y he renunciado a todas las posibilidades de vivir sin ella que el mundo me ha ofrecido.
La he perdido. Y lejos de culpar al mundo porque se haya ido, he decido alimentarme del recuerdo de su último portazo para recordarlo y vivirlo cada instante que sienta que me caigo por todos los acantilados por los que me hizo escalar de madrugada, he decidido revivir cada uno de los instantes que viví a su lado como si de ello dependiera mi vida, he decidido seguir escribiéndola. He decidido rendirme al mundo, y esperar que vuelva rodeado de la fragancia que dejó una noche de Noviembre (o quizás no) tras un portazo.

jueves, 24 de abril de 2014

Vuelve

Hoy, hace 162 días desde que te marchaste. Me gustaría poder ser capaz de enviarte una carta explicándote todo lo que llevo callándome desde que vi la sonrisa en esa mirada tan indescriptible, me gustaría poder ser capaz de meter estas letras en un sobre y enviártelo, sin pensar en tu posible sonrisa de "llegas 162 días tarde y 936 kilómetros de distancia", pero supongo que no estoy echa para esto.
A veces, pienso en cómo sería nuestra vida juntos. En qué hubiera pasado si no te hubiera dejado subir al avión, si te hubiera dicho "quédate" en vez de morderme el labio y mirarte a los ojos dispuesta a perderme si iba a poder besarte todo lo que nunca te besé, sin rozarte los labios; ¿qué hubiera pasado si todas las veces que lloré porque temía perderte sin tenerte, lo hacía a tu lado, que sufrías por lo mismo?
Es casi tan curiosa como destructiva, mi manía de pensarte todas las noches desde que te fuiste, como sólo lo hice cuando no compartíamos cama, y es que nunca he dormido soñando tanto como cuando era tu brazo quién me hacía de almohada.
Y es que cómo quieres que te olvide, si siempre que me dispongo a hacerlo me viene un soplo de tu esencia. Cómo voy a olvidarte si ya no tengo a nadie que me abrace a media noche para asegurarme entre sus brazos, que no me escapo de ellos. Cómo voy a olvidarte si echo de menos hasta el portazo que diste la última vez que nos vimos mientras yo te gritaba que te fueras de mi vida, sin pensar en el pavor que me producía el pensar en la posibilidad de que lo hicieses. Cómo voy a olvidarte si aún rebaño las últimas gotas de tu perfume cuando te echo de menos. Cómo voy a vivir sin ti si no soy capaz de hacer café sólo para uno por las mañanas. Cómo, querido, voy a olvidarte si soy incapaz de leer poesía a solas, por miedo a que encierre entre lineas la única verdad de que te he perdido. ¿Pero cómo voy a olvidarte si se me atragantan las palabras al escribirte por si decides leerme?
Ven. Vuelve. Me asusta la idea de pensar que te has ido y no recuerdo tu mirada, tu sonrisa, tu voz, tu manera de acariciarme. Y dime, mi amor, ¿qué hago yo si te olvido, o qué hago yo si no lo hago?

domingo, 2 de febrero de 2014

Me matas, cariño

Las lágrimas me han abandonado, creo que ya me rompí del todo; ojalá. Sólo vienen a visitarme por las noches, recordándome que no estás, y que yo tampoco estoy.
No sé si es ésto del invierno de tu mirada o el silencio de tus palabras, lo que me cala los huesos desde dentro, embadurnándome de ese frío tan típico de la soledad, de ese que no se quita con un abrazo de las mantas si tú no estás entre ellas.
Se me la olvidado aquello de sonreír para las fotos, mira en tu maleta, quizá te lo has llevado contigo, quizá me lo dejé en el abismo de tu mirada la última vez que te dí la espalda para romperme subiendo las escaleras hasta un 5º con el corazón a trizas.
Es triste. Desde que me perfumo con tu ausencia, que no sueño ni dormida.
Hoy escuché que la heroína crea adicción desde el primer pinchazo, y eso será porque no han visto tu sonrisa, que me mantiene enganchada a ti desde antes de verla, desde antes de robártela.
Qué curiosa la vida. Que cuanto más quisimos tener, menos nos dio. Recuerdo cuando no podía levantarme por las mañanas sin leerte, y ahora lo que me duele es tener que escribirte.
Me asusta pensar que el estar cerca nos está matando más incluso que estar lejos. Es triste pensar que somos más sin acabar de ser, que siendo.
Qué ironía, que la única razón que me mantiene con vida es la misma que me mata.Y es que me matas, cariño.

domingo, 19 de enero de 2014

Mi círculo vicioso

Hace mucho que no te escribo, demasiadas cosas que contar y muy pocas ganas de hacerlo. Sigo en las mismas. Lo de sonreirle a la vida desde la ventana se ha convertido en rutina, me consumo en cigarros que no acaban mientras intento consumir al tiempo, que me consume; mi círculo vicioso.
Hoy me han comparado ligeramente con el pez que se muerde la cola, me han dicho que espero futuros que no prometen más que el presente mientras vago por las calles del pasado. La soledad, supongo.
Por lo demás poco cambio; las sábanas frías aún rasgan mi piel, la esperanza se ha derretido en el felpudo de la entrada, y los libros pesan todo lo que pueden pesar páginas en blanco entre las cuales oculto secretos que ni yo conozco; sigo leyendo postales que me arañan las ganas de seguir, y llorando hacia dentro porque el orgullo me impide hacerlo hacia fuera; sigo siendo silencios rotos y esperanzas de ceniza; lágrimas que nada seca y susurros que nadie escucha. Soy la espera que nunca llega, ese "te llamaré" que nunca suena y se deshace en whisky barato, todas esas palabras que nunca me atreví a pronunciar, esas estrellas fugaces a las que nadie pide un deseo. Supongo que me he convertido en eso, en polvo. Polvo y cenizas que aún conservan una pequeña parte que les promete que alguien vendrá y les salvará, aún sabiendo que es poco probable.
Sigo buscando a alguien, o algo, que me haga sentir como si no me hubiese roto, no del todo. Alguien que me escuche, sin importarle lo que diga; alguien que escriba mis silencios, aunque no los entienda; alguien que me quiera, aunque sea mentira; alguien dispuesto a sacarme de mi propia prisión, en la que yo me he encerrado; alguien, o algo, que me recuerde qué o quién soy cuando lo haya olvidado.
Sigo pensando que el mundo es el mismo: con la misma mierda, los mismos suspiros, las mismas cicatrices y las mismas heridas, a pesar de haber cambiado de año, que sólo es un número.