domingo, 27 de abril de 2014

Sólo a veces

A veces, me culpo por querer a los demás más de lo que jamás podré llegar a quererme a mí misma. Me culpo por esperar de extraños lo que siquiera yo me he ofrecido. Me culpo por escribir a hombres que jamás entenderían una de mis palabras, como no entendieron ninguno de mis silencios.
A veces me culpo por dar más por alguien que parece dispuesto a quererme que por alguien que de verdad me quiere. A veces me culpo por dolerme los pulmones de llorar sus ausencias en vez de por fumar demasiado.
Me culpo por romper las promesas que me hago a mí misma, por esperar que alguien se quede cuando siquiera yo lo hago, o por dar infinitas oportunidades con la esperanza de que alguien me quiera lo suficiente para no romperme otra vez.
A veces me siento estúpida y me culpo por seguir esperando a gente que hace demasiado que se ha ido, por escribir cartas para intentar evitar el olvido, o por seguir escribiéndole a distancias imborrables.
Me he caído demasiadas veces y aún intento convencerme de que esto de caer de pie y las siete vidas también funciona conmigo, aunque debería estar demasiado muerta si sólo tuviera siete.
Lo más triste de todo es que sigo cayéndome con las mismas piedras, y he dejado de caer con las que parecía que por lo menos sanaban mis heridas.
Y es que a veces pienso que quizá no estoy hecha para ésto de la vida, quizá el secreto está en convertirlo todo en una gran mentira donde poder esconderse por si la realidad asoma por alguna esquina.

viernes, 25 de abril de 2014

Portazos con sabor a Noviembre

Sus ojos de hielo me cortaron con la misma intensidad con la que el silencio cortaba el aire. Sus manos frías se revolvían buscando excusas suficientes para cerrar la puerta por última vez o para correr el riesgo de volver a colarse entre mis sábanas como si fuera la primera vez que lo hacía.
Y no sabía cuál de las dos opciones me aterraba más.
El silencio de la noche envuelto en el frío del invierno rasgaba la ventana y las agujas del reloj me arañaban la esperanza con cada "tic-tac" que pronunciaban entre risas. Mi cigarro se consumía en mis dedos mientras la luna se reía de mí tras la ventana, mientras gatos callejeros le maullaban a la soledad.
Me miró, con esos ojos azules eclipsados por las lágrimas, con esa mirada entre tristeza y lástima, que anunciaba que no iba a quedarse. No otra vez. Se levantó y se fue dejando que el vestido bailase con su cintura y que su olor se quedase en la habitación para siempre. Cerró la puerta y mi mundo se derrumbó en un conjunto de gritos silenciosos. El recuerdo de su risa retumbó en la habitación vacía y todas las fotos que jamás nos sacamos me estallaron en las entrañas.
Se fue. Se fue sin mirar atrás. Se fue sin pensarlo dos veces y yo no tenía motivos para culparla. Se fue porque no supe quererla como ella se merecía, porque sabía que merecía algo más que compartir whisky barato y tabaco de madrugada, que escuchar unos poemas que no rimaban. Se fue porque sabía que merecía más de todo lo que yo podía ofrecerle, aunque fuera todo lo que yo tenía.
Supongo que desde esa noche de Noviembre (aunque posiblemente no lo fuera, todos los momentos tristes me saben a Noviembre), que no me siento ni a mí mismo. Desde que se fue, que creo que me llevó mí consigo porque no me encuentro. No encuentro la manera de salir de toda esta mierda sin acordarme de que se me escapó de entre los dedos como la suave arena de una playa de dioses, no encuentro la manera de olvidar todas las noches que compartimos, todos los sueños que nos robamos, y todos los acantilados por los que escalamos. Me he tatuado su sonrisa en el alma, he convertido mirar su fotografía para escribirla por las noches en mi enfermedad crónica, y he renunciado a todas las posibilidades de vivir sin ella que el mundo me ha ofrecido.
La he perdido. Y lejos de culpar al mundo porque se haya ido, he decido alimentarme del recuerdo de su último portazo para recordarlo y vivirlo cada instante que sienta que me caigo por todos los acantilados por los que me hizo escalar de madrugada, he decidido revivir cada uno de los instantes que viví a su lado como si de ello dependiera mi vida, he decidido seguir escribiéndola. He decidido rendirme al mundo, y esperar que vuelva rodeado de la fragancia que dejó una noche de Noviembre (o quizás no) tras un portazo.

jueves, 24 de abril de 2014

Vuelve

Hoy, hace 162 días desde que te marchaste. Me gustaría poder ser capaz de enviarte una carta explicándote todo lo que llevo callándome desde que vi la sonrisa en esa mirada tan indescriptible, me gustaría poder ser capaz de meter estas letras en un sobre y enviártelo, sin pensar en tu posible sonrisa de "llegas 162 días tarde y 936 kilómetros de distancia", pero supongo que no estoy echa para esto.
A veces, pienso en cómo sería nuestra vida juntos. En qué hubiera pasado si no te hubiera dejado subir al avión, si te hubiera dicho "quédate" en vez de morderme el labio y mirarte a los ojos dispuesta a perderme si iba a poder besarte todo lo que nunca te besé, sin rozarte los labios; ¿qué hubiera pasado si todas las veces que lloré porque temía perderte sin tenerte, lo hacía a tu lado, que sufrías por lo mismo?
Es casi tan curiosa como destructiva, mi manía de pensarte todas las noches desde que te fuiste, como sólo lo hice cuando no compartíamos cama, y es que nunca he dormido soñando tanto como cuando era tu brazo quién me hacía de almohada.
Y es que cómo quieres que te olvide, si siempre que me dispongo a hacerlo me viene un soplo de tu esencia. Cómo voy a olvidarte si ya no tengo a nadie que me abrace a media noche para asegurarme entre sus brazos, que no me escapo de ellos. Cómo voy a olvidarte si echo de menos hasta el portazo que diste la última vez que nos vimos mientras yo te gritaba que te fueras de mi vida, sin pensar en el pavor que me producía el pensar en la posibilidad de que lo hicieses. Cómo voy a olvidarte si aún rebaño las últimas gotas de tu perfume cuando te echo de menos. Cómo voy a vivir sin ti si no soy capaz de hacer café sólo para uno por las mañanas. Cómo, querido, voy a olvidarte si soy incapaz de leer poesía a solas, por miedo a que encierre entre lineas la única verdad de que te he perdido. ¿Pero cómo voy a olvidarte si se me atragantan las palabras al escribirte por si decides leerme?
Ven. Vuelve. Me asusta la idea de pensar que te has ido y no recuerdo tu mirada, tu sonrisa, tu voz, tu manera de acariciarme. Y dime, mi amor, ¿qué hago yo si te olvido, o qué hago yo si no lo hago?