domingo, 22 de diciembre de 2013

39

- No estuviste cuando más te necesité. Se me caía el mundo encima y tú no estabas para salvarme. Mi vida se desmoronaba por completo obligándome a verlo, y tú jamás viniste a abrazarme, a decirme que todo saldría bien, nunca nadie me dijo que todo saldría bien...y era lo que más necesitaba. Porque nada estaba bien en mi vida, siquiera tenía fuerzas para escribir, para huir de ello, porque ya estaba atrapada, ya no había manera de escapar, toda esta soledad me tenía en una jaula demasiado bonita, como tus ojos, que quizá llevan ambos caminos al mismo sitio.
- Pero...podemos salir de esto, siempre lo hicimos, siempre nos salvamos, siempre salimos a flote...
- El problema es que me hundí porque no estabas para salvarme, porque no estaba nadie para hacerlo. Y ya no es como antes, ahora llueve, llueve muy fuerte, lleva demasiado tiempo lloviendo.
- Yo jamás quise...
- Lo sé. Pero pasó, podríamos decir que yo llevo mucho tiempo muerta, esperando a que vengas a resucitarme con un beso, pero nunca llega...no podemos seguir así. No puedo seguir muriendo, no puedo seguir llorando por las noches y esperando olvidar tu sonrisa, que nunca me acompaña. No... -se me quebró la voz, y entonces ya sí que morí. Morí allí, en aquella habitación, en aquella mirada; y lloré sin que se vieran las lágrimas, porque lloré hacia dentro, que es dónde más duele.
- Siempre podemos volver a ser uno, te necesito. No puedo vivir sin ti, no puedo. -dijo mirándome, y el mundo se hacía cada vez más pequeño, me faltaba aire y me sobraban ganas de seguir matándome a su lado.
- Si puedes...-dije recordando el leve guión de una película de la que siquiera quise acordarme.
- Sí, pero no quiero. -dijo, y sonrió tan bonito como sólo él sabía, tan bonito que casi dejó de llover.
- El problema es que y no puedo vivir contigo... -dije, recordándome que no debía. Que debíamos separarnos, irnos por caminos distintos. Y antes de que dijera nada me di media vuelta, a sabiendas de que él no iría a buscarme, nunca lo había hecho. Salí del portal, la noche me abrazaba y la lluvia salpicaba mis mejillas, y sentada en un banco me rompí, y encendí un cigarro, ya no habían lágrimas, ya no quedaban. Y allí permanecí hasta que amaneció, y el sol se asomó por alguna esquina intentando calentar lo que llevaba frío desde hacía mucho tiempo. Ese fue el día de mi muerte, el día que morí por completo.