No sé si eran tus ojos de caramelo o tu sonrisa espontánea
la que me hizo sonreír, pero lo hice. Recuerdo el olor a océano al abrazarte y
el calor de tus abrazos rodearme las entrañas con cada parpadeo que me
dedicabas. Recuerdo tu mano tenderse casi temblorosa hacia mí al ofrecerme un
cigarro, y ese lunar en la palma de tu mano del que supongo que nadie se ha
dado cuenta. Recuerdo la vez que vimos amanecer en un tejado con una cerveza en
una mano, y las ganas de enfrascar tu risa en la otra. Aun recuerdo cuando me
susurraste que ibas a quedarte para siempre, aunque me marchara, e irónicamente fui yo quién se quedó viendo cómo te ibas.
Recuerdo tus manos deslizarse por mi espalda desnuda la
primera noche que decidí tirarme de cabeza a todas tus ruinas, como si pudiera
reconstruirlas, como si me hubieras elegido para hacerlo. Recuerdo cuando me sacudiste
gritando aquella noche, y al mirarme a los ojos me abrazaste y sin decir nada
llenaste mi mundo de calma; de paz. Recuerdo el olor de tus sábanas y cómo las coloreamos con el
cuerpo una y otra vez embadurnándonos el uno del otro como si nada importara, y
de verdad que nunca importó nada mientras estuviera a tu lado. Aún recuerdo
cuando mi mundo cayó de nuevo conmigo dentro, y, mientras yo gritaba, lloraba y
sentía algo dentro de mí romperse e inundarme todo el cuerpo de fuego helado,
tú me abrazabas y me decías que estábamos juntos en eso, que estábamos juntos
en todo.
Aún hoy recuerdo aquella noche que decidí lanzarme a todos
tus vacíos como si pudieras llenar los míos, como si fueras a quedarte a mi
lado, como si tu voz fuera la nana que yo necesitaba para calmar mi furia, y
mis ojos el mar en el que tú podías apagar todas tus llamas. Aun recuerdo esa noche en la
que fumamos un cigarro en la ventana mientras tú me besabas los hombros y me estrechabas con fuerza, como con miedo a que me fuera.
Sin embargo, tú te
marchaste.
Recuerdo perfectamente cómo cerraste la puerta de un portazo en un silencio que
se me clavaba en la garganta; recuerdo cómo tus palabras, tus promesas, se
desvanecieron como un suspiro y se perdieron en un tiempo que ya estaba
perdido; recuerdo tu voz quebrarse y decirme que sólo querías que fuera feliz y
que tú no ibas a conseguirlo. Recuerdo cómo se incrustaron en mi pecho todas tus mentiras cuando descubrí que yo había sido una pieza más de tu juego, y que nunca
llegaste a sentir nada de todo lo que prometiste. Recuerdo cómo se rompieron
todas mis ruinas cuando te marchaste y me dejaste allí sola.
Recuerdo, aún, el silencio en el que todo perdió el sentido,
y el susurro del viento rasgarme las mejillas. Supongo que ahora sólo me queda el silencio. Supongo que ahora ya sólo me
queda mi paz, sin tu guerra.