miércoles, 22 de abril de 2015

Paz, sin tu guerra.

No sé si eran tus ojos de caramelo o tu sonrisa espontánea la que me hizo sonreír, pero lo hice. Recuerdo el olor a océano al abrazarte y el calor de tus abrazos rodearme las entrañas con cada parpadeo que me dedicabas. Recuerdo tu mano tenderse casi temblorosa hacia mí al ofrecerme un cigarro, y ese lunar en la palma de tu mano del que supongo que nadie se ha dado cuenta. Recuerdo la vez que vimos amanecer en un tejado con una cerveza en una mano, y las ganas de enfrascar tu risa en la otra. Aun recuerdo cuando me susurraste que ibas a quedarte para siempre, aunque me marchara, e irónicamente fui yo quién se quedó viendo cómo te ibas. 
Recuerdo tus manos deslizarse por mi espalda desnuda la primera noche que decidí tirarme de cabeza a todas tus ruinas, como si pudiera reconstruirlas, como si me hubieras elegido para hacerlo. Recuerdo cuando me sacudiste gritando aquella noche, y al mirarme a los ojos me abrazaste y sin decir nada llenaste mi mundo de calma; de paz. Recuerdo el olor de tus sábanas y cómo las coloreamos con el cuerpo una y otra vez embadurnándonos el uno del otro como si nada importara, y de verdad que nunca importó nada mientras estuviera a tu lado. Aún recuerdo cuando mi mundo cayó de nuevo conmigo dentro, y, mientras yo gritaba, lloraba y sentía algo dentro de mí romperse e inundarme todo el cuerpo de fuego helado, tú me abrazabas y me decías que estábamos juntos en eso, que estábamos juntos en todo.
Aún hoy recuerdo aquella noche que decidí lanzarme a todos tus vacíos como si pudieras llenar los míos, como si fueras a quedarte a mi lado, como si tu voz fuera la nana que yo necesitaba para calmar mi furia, y mis ojos el mar en el que tú podías apagar todas tus llamas. Aun recuerdo esa noche en la que fumamos un cigarro en la ventana mientras tú me besabas los hombros y me estrechabas con fuerza, como con miedo a que me fuera. 
Sin embargo, tú te marchaste. Recuerdo perfectamente cómo cerraste la puerta de un portazo en un silencio que se me clavaba en la garganta; recuerdo cómo tus palabras, tus promesas, se desvanecieron como un suspiro y se perdieron en un tiempo que ya estaba perdido; recuerdo tu voz quebrarse y decirme que sólo querías que fuera feliz y que tú no ibas a conseguirlo. Recuerdo cómo se incrustaron en mi pecho todas tus mentiras cuando descubrí que yo había sido una pieza más de tu juego, y que nunca llegaste a sentir nada de todo lo que prometiste. Recuerdo cómo se rompieron todas mis ruinas cuando te marchaste y me dejaste allí sola.

Recuerdo, aún, el silencio en el que todo perdió el sentido, y el susurro del viento rasgarme las  mejillas. Supongo que ahora sólo me queda el silencio. Supongo que ahora ya sólo me queda mi paz, sin tu guerra.