Que no sé. Que quizá la respuesta esté en irse, en cerrar la puerta por última vez de un portazo y no volver a mirar atrás, no demasiado, no hasta que duela. Y es que supongo que mi problema es que necesito escapar sin saber a dónde o de qué. Y es que yo tengo la estúpida idea de que escapando o huyendo dejo mis problemas atrás, sabiendo que éstos corren más que yo y cuanto más intento alejarme de ellos, más pesan. Y es que el estar tan sola a pesar de estar rodeada de tanta gente, el no saber cómo gritarle al mundo cómo te sientes, el tener tantas cosas que decir y no saber cómo explicar ninguna, me quema por dentro, y es que cuando salgo al balcón de madrugada con un cigarro en los labios a admirar el silencio de la calle y el aire de la noche, ya no sé quién consume a quién, quizá me consume el tiempo, o quizá es la espera eterna, quizá que el tiempo pasa demasiado deprisa, y a la vez, demasiado despacio.
Y es que miro hacia arriba, y cierro los ojos tan fuerte que recuerdo aquellos atardeceres en los que los caminos se confundían con el horizonte y el cielo se escondía tras las colinas, aquellos atardeceres en los que podía escapar perdiéndome en caminos de tierra sin pensar en la hora que era o en cuándo tenia que volver porque no tenía obligación de hacerlo, aquellas fotos en una de las fuentes más especiales del mundo, el llegar a casa con la ropa mojada y volver a salir para pasar las noches bajo las estrellas en las que la oscuridad nos abrazaba Y es que lo visualizo con tanta nitidez que me dan ganas de volver a entrar en esos recuerdos, pero cuando mis dedos los rozan se desvanecen como cenizas en un acantilado, y se alejan dejándome en el balcón, sentada en el suelo con un cigarro entre los dedos. Y me aterra pensar que se han convertido en eso, recuerdos, y que no podré revivirlos porque renuncié a ellos sin saber que quizá eran la única manera de, perdiéndome, encontrarme.