sábado, 22 de agosto de 2015

Recuerdos.

En un abrir y cerrar de ojos el tiempo se detuvo y el mundo dejó de girar, Ella bailó con las sombras de un pueblo desierto, dormido y viejo que olía a mar, mientras gotas acristaladas llovían del cielo en silencio. Su mirada perdida, cansada y esperanzada casi hace que pase por alto cómo el vestido negro, que contrastaba de la manera más hermosa con su nívea piel, le bailaba al compás del viento.
Aún recuerdo cómo Ella pasó por delante, como si el mundo no fuera consigo, y arrasó con todo como si no le importase; y cómo iba a importarle a aquel ser divino cambiar la vida de un mortal con su paso.
Se deslizó rápida, silenciosa, por unas calles mientras una luna de plata miraba recelosa apoyada en un manto de estrellas, los gatos maullaban a su paso acelerado, y sólo el murmullo de sus pisadas resonaba en la estrecha calle. Miraba de reojo un papel viejo y arrugado, mojado, desgastado, para confirmar que seguía la dirección correcta, cuando se detuvo frente una puerta de rejas metálicas oxidadas, con enredaderas ya muertas recorriéndola en espiral, y fue entonces cuando sonrió y se permitió respirar. Abrió la puerta y se adentró en aquel camino de árboles que parecían arañar el cielo.
Se podía oler la calma ahora que había encontrado lo que estaba buscando, se podía palpar la paz que irradiaba de su piel, y su sonrisa, silenciosa, breve como una brisa en primavera y eterna como el universo, juraría que iluminaba más que la luna.
Se deslizó por aquel camino lentamente; cruces de piedra la observaban repletas de musgo escondidas entre árboles, y el ronroneo de su respiración envolvía el aire. Pasó por delante de una iglesia abandonada, donde una secuencia de recuerdos le vinieron a la cabeza. Se vio a ella de niña, saltando a la comba frente aquella puerta de madera, se vio recogiendo avellanas que caían de los árboles tras la iglesia, se vio mirando hacia la puerta de metal, esperando a que alguien viniera a salvarla. Se adentró en la iglesia, que olía a polvo y a cenizas, la luz de la luna no lograba entrar al interior de la iglesia, sin embargo ella se escurrió entre los polvorientos bancos y, al llegar a los pies del altar, apartó la alfombra que en algún momento, en algún lugar, quizá fue roja, y rió con fuerza al ver la pequeña cerradura en aquellas escaleras. Abrió la pequeña entrada y se adentró en ella, dejando un mundo más roto sin su luz, puesto que Ella nunca esperó volver.

jueves, 2 de julio de 2015

Te echo de menos.

¿Sabes? Hacía demasiado tiempo que ya no recordaba eso de tu risa, y al recordarla se me ha venido el mundo encima. Estaba en la parada del tren, dispuesta a cogerlo e irme de una vez por todas, cuando me acordé de ti, y es que no puedo evitar echarte de menos. Echo de menos las cervezas jugando al futbolín, o tu manía por darte cuenta cuando sonreía después de que me besaras en la frente, o, incluso, la vez que después de una discusión me dijiste que no querías discutir conmigo, y te reíste cuando dije que echaría de menos discutir contigo si dejáramos de hacerlo, pues siempre se nos dio especialmente bien. Sí, supongo que echo de menos discutir contigo más que nada en el mundo.

Echo de menos que me hicieras compañía en mis desvelos y que me salvaras de mis pesadillas, que me llevaras a los rincones más bonitos del mundo y tú sólo me miraras a mí.  Echo de menos el tacto de tus dedos en mi espalda al ritmo del ulular del viento, echo de menos tener ganas de besarte y pegar una calada a tu cigarro como consuelo para no romper algo que quizá estaba destinado a romperse. Echo de menos que me saques de quicio, aunque siempre creí que la mitad de las veces lo hacías sólo por verme enfadada; echo de menos cuando me decías que si algún día se me ocurría fallarme a mí misma me darías un guantazo, y aunque sabía que nunca lo harías, tú siempre aseguraste lo contrario. Echo de menos insultarte para meterme contigo, y que tú me llamaras “cría” para que te diera la razón al enfadarme y tener una rabieta. Echo de menos que me asustaras con viejas historias, y que me abrazaras mientras me susurrabas al oído que nunca te irías,
y fueron demasiadas las veces que te fuiste.

Te echo más de menos de lo que jamás pensé que podría soportar. Sale el tren en once minutos y sólo puedo pensar en darme media vuelta, ir a buscarte y darte el beso con el que ambos llevamos fantaseando desde la primera vez que nos vimos. Y, sin embargo, soy incapaz de moverme sentada en este estúpido banco, soy incapaz de evitar que me caiga una lágrima y se derrame en lo único que me queda de ti: un trozo de cuero que me protege cada noche de mis demonios. 
Y cuando estoy dando media vuelta, cuando estoy a punto de volverme y correr a tu lado… llega el tren, y debo irme, necesito irme, porque hay trenes que sólo pasan una vez, y necesito coger el tren que me aleja de tu lado, porque quizá tú y yo siempre fuimos más sin ser
que siendo.


domingo, 21 de junio de 2015

Despedidas.

Nunca he querido tener que escribirte, no a ti. No a quién me salvó de mis precipicios, no a quién me hizo sonreír cuando el mundo se paró, no a quién bailó conmigo recorriendo mis ruinas; pero aquí estoy, escribiéndote.

Te echo más de menos de lo que puedo soportar, y es que las últimas palabras que me dedicaste las tengo grabadas a fuego lento en la piel. Es triste, esto de echar de menos algo que nunca has llegado a tener del todo, pues creo que ese demonio vestido de blanco que bailaba siempre con tu sombra nunca me dejó llegar a ti para salvarte. Quizá fue eso, o quizá fue que nunca he sido heroína y quise salvarte cuando siquiera puedo salvarme a mí misma, ¿cómo yo iba a salvar a alguien mientras esperaba al borde de un precipicio a que alguien viniera a salvarme a mí? es de locos.

No quiero que te tomes mal mi huida, sólo quiero que encuentres a alguien que te quiera mejor de lo que yo he sabido quererte, alguien que te salve como tú hiciste conmigo antes de tirarme de nuevo al vacío, alguien que pueda hacer que sonrías y hagas que el mundo deje de girar; sólo espero que encuentres a alguien que sea mejor de lo que yo jamás he podido ser.

Ojalá pudiera quedarme sin oír cristales romperse dentro de mí cada vez que me dices que si me marcho no vuelva, y que nada me diferenciaba de ella puesto que yo también quería irme; pero pasaste por alto que yo quería llevarte conmigo.

Siempre fuiste paz y guerra, guerra de esas que tienes todas las de perder y aún con esas te tiras de cabeza; y eso hice, y perdí todas las batallas. Me enfrenté a todo lo que se me puso delante con tal de defenderte y protegerte, luché contra viento y marea para ayudarte, y sólo conseguí darme cuenta de que en realidad no hacías más que mentirme y engañarme para sacar lo que querías. Es triste, pero supongo que aún con esas pienso que eres bueno, y que mereces algo mejor que yo.

Lo siento, cariño, siento tener que marcharme, siento tener que alejarme, pero sé que es lo mejor que puedo hacer, tengo que irme para que puedas encontrarte y, quizá, en algún momento, puedas encontrarme a mí. Te quiero, y sé que siempre te querré.

viernes, 8 de mayo de 2015

Márchate, por favor.

He sido esclava de mis silencios y de mis palabras, de mis promesas y de todas las veces que he huido de mis monstruos a la espera de despistarlos sin conseguirlo jamás. He sido esclava de mis victorias, pero sobretodo de mis fracasos; y de todas las veces que me prometí a mí misma levantarme tras cada tropiezo, caída o, incluso, las veces que decidí tirarme por cualquier acantilado. He sido esclava de mi orgullo y de todas las veces que grité “si te vas no vuelvas”, de todas las veces que me he marchado pegando un portazo, sin haberme llegado a ir nunca del todo.

He sido mi esclava, pero sé que en el fondo he sido sobretodo la tuya. He sido esclava de todas las veces que debí haberme ido y, por quererte, permanecí; de todos los momentos en los que debí haberme ido dejándote con tus ruinas y, sin embargo, por quererte, permanecí allí esperando como una condena de muerte creerme tus mentiras.

He decidido hace demasiado tiempo ponerme las cadenas, tirar la llave y perderme por el laberinto de todo lo que podríamos haber sido si no hubiéramos querido ser más de lo que jamás podríamos haber llegado a ser. He vendido mi alma al diablo por estar a tu lado, y me siento tan adicta a eso de tus besos que me asusta pensar en el día que tenga que desintoxicarme de las noches en vela entre tus sábanas, de tu risa contagiosa, de tu manía por desnudarme con tu mirada de fuego y de cómo me desarmas con tus ojos de hielo. Me asusta pensar en cuando tenga que marcharme e irme sin ti, sin mirar atrás, mientras recojo los pedazos de mí que has esparcido por unas escaleras que nunca más he tenido el valor de subir; mientras recojo los besos que nos faltaron una noche que he decidido olvidar.

Quiero odiarme por no concebir las noches sin ti, quiero odiarme por no poder alejarme de ti sin que oleadas de tu fragancia me persigan allá donde vaya; quiero poder odiarte por estafarme con tu amor roto y marchito; quiero marcharme, poder marcharme, coger la llave y tirar las cadenas que me atan a tu pecho, aceptar de una vez que jamás podré arreglar tus ruinas y dejar de tropezar con ellas, quiero romper el campo magnético que me une a ti, a tu esclavo querer, a tu extraña manera de desaparecer volviendo cuando menos me lo espero, a tu estúpida manía por abrazarme y hacer que pierda el valor para irme. Porque quiero hacerlo, quiero irme, quiero poder ser libre y dejar atrás todo este círculo vicioso que no hace más que rompernos.

Márchate. Márchate antes de que te suplique que no lo hagas, antes de que sienta que quererte no es sólo una puñalada, antes de que acepte que me rompas para que luego vengas a lamerme las heridas.
Márchate, por favor, antes de que sea demasiado tarde. 

miércoles, 22 de abril de 2015

Paz, sin tu guerra.

No sé si eran tus ojos de caramelo o tu sonrisa espontánea la que me hizo sonreír, pero lo hice. Recuerdo el olor a océano al abrazarte y el calor de tus abrazos rodearme las entrañas con cada parpadeo que me dedicabas. Recuerdo tu mano tenderse casi temblorosa hacia mí al ofrecerme un cigarro, y ese lunar en la palma de tu mano del que supongo que nadie se ha dado cuenta. Recuerdo la vez que vimos amanecer en un tejado con una cerveza en una mano, y las ganas de enfrascar tu risa en la otra. Aun recuerdo cuando me susurraste que ibas a quedarte para siempre, aunque me marchara, e irónicamente fui yo quién se quedó viendo cómo te ibas. 
Recuerdo tus manos deslizarse por mi espalda desnuda la primera noche que decidí tirarme de cabeza a todas tus ruinas, como si pudiera reconstruirlas, como si me hubieras elegido para hacerlo. Recuerdo cuando me sacudiste gritando aquella noche, y al mirarme a los ojos me abrazaste y sin decir nada llenaste mi mundo de calma; de paz. Recuerdo el olor de tus sábanas y cómo las coloreamos con el cuerpo una y otra vez embadurnándonos el uno del otro como si nada importara, y de verdad que nunca importó nada mientras estuviera a tu lado. Aún recuerdo cuando mi mundo cayó de nuevo conmigo dentro, y, mientras yo gritaba, lloraba y sentía algo dentro de mí romperse e inundarme todo el cuerpo de fuego helado, tú me abrazabas y me decías que estábamos juntos en eso, que estábamos juntos en todo.
Aún hoy recuerdo aquella noche que decidí lanzarme a todos tus vacíos como si pudieras llenar los míos, como si fueras a quedarte a mi lado, como si tu voz fuera la nana que yo necesitaba para calmar mi furia, y mis ojos el mar en el que tú podías apagar todas tus llamas. Aun recuerdo esa noche en la que fumamos un cigarro en la ventana mientras tú me besabas los hombros y me estrechabas con fuerza, como con miedo a que me fuera. 
Sin embargo, tú te marchaste. Recuerdo perfectamente cómo cerraste la puerta de un portazo en un silencio que se me clavaba en la garganta; recuerdo cómo tus palabras, tus promesas, se desvanecieron como un suspiro y se perdieron en un tiempo que ya estaba perdido; recuerdo tu voz quebrarse y decirme que sólo querías que fuera feliz y que tú no ibas a conseguirlo. Recuerdo cómo se incrustaron en mi pecho todas tus mentiras cuando descubrí que yo había sido una pieza más de tu juego, y que nunca llegaste a sentir nada de todo lo que prometiste. Recuerdo cómo se rompieron todas mis ruinas cuando te marchaste y me dejaste allí sola.

Recuerdo, aún, el silencio en el que todo perdió el sentido, y el susurro del viento rasgarme las  mejillas. Supongo que ahora sólo me queda el silencio. Supongo que ahora ya sólo me queda mi paz, sin tu guerra. 

domingo, 21 de septiembre de 2014

No tengo ni puta idea

Me pregunto si ésta ausencia que me he grabado en la piel a fuego lento es la suya o la mía; si el frío que se encierra entre mis sábanas es porque me falta él, o porque me falto yo; si los cristales rotos que retumban en mi cabeza con cada parpadeo son sus añicos, o los míos.
Una vez escribí sobre lo estúpida que me sentía cuando por querer quererle menos por miedo a quererle de más, sufríamos los dos. He perdido la cuenta de las estupideces que he hecho con el fin de protegerme de la bomba atómica de nuestro amor, sin saber que iba a ser él quien saldría herido, de haberlo sabido supongo que habría partido mi cuerpo en dos y le habría protegido de todo. Incluso de mí.
Supongo que amor es cuando estás dispuesto a quemar tu cuerpo, a romperte en mil pedazos, a dejarlo todo atrás, a arrancar tu corazón todo por una simple mirada de la otra persona. Y es que incendié mi mundo por poder juntar su boca con la mía y, a pesar de todo, pase lo que pase y haya pasado lo que haya pasado, lo volvería a hacer. Aunque sea por el día que dormí con él de almohada, aunque sea por todos los amaneceres que nos dedicamos, por la vez que nos perdimos en un bosque en el que no me quiero encontrar, por los besos que el mar nos vio hacer el mundo temblar, por todas las noches que la luna nos oyó gritar, por todas las lágrimas de desesperación que me secó con su sonrisa. Que mi vida ardiera mereció la pena desde el primer momento, aunque haya tardado demasiados errores en darme cuenta.
Le echo de menos, y no tengo ni puta idea de qué haré sin él, no tengo ni puta idea de cómo se vive sin sus besos, sin su risa, sin su manera de acariciarme el pelo. No tengo ni puta idea, ni quiero tenerla,

martes, 16 de septiembre de 2014

Cartas con sabor a verano

No sé si es el primer día sin él, o el primer día sin mí. Aunque nunca he sabido muy bien cuál es la diferencia. Supongo que hace mucho que si no es él, no soy yo; y aunque he desistido de intentar encontrarle la lógica a ésto que hemos llamado amor, una pequeña parte de mí no se rinde para encontrarla. Será por eso de que siempre he buscado respuestas para preguntas que siquiera he formulado.
No sé a qué o a quien le escribo. No sé si es la manera más autodestructiva que he encontrado de encontrarme, o el camino más fácil para acabar de perderme. Le he escrito tantas veces a un desamor ajeno que cuando tengo que escribir sobre mis cristales rotos, me corto. Será eso de que no se debe escribir sobre heridas recientes, sobre abismos por los que has caído y no por placer, que todas las veces que me he tirado de cabeza por el acantilado de su sonrisa es otra historia, no tiene nada que ver con el pozo sin fin por el que me he caído cuando él se ha ido. 
Me he olvidado de saber vivir sin él, supongo que ésto no es como andar en bici, que no te olvidas, supongo que ésto es más parecido a aprender a respirar una vez te han robado los pulmones, aprender a dejar tirados todos tus añicos con tal de juntar los suyos.
Y será por eso de que soy masoquista, o qué sé yo, pero prefiero perderme a mí que perderle a él. Y aunque jamás vaya a pedirle que se quede, me niego a dejar que se vaya. No sin dar todo lo que tengo antes, no sin luchar contra el mundo con pies y manos para que vuelva, no sin gritarle hasta perder la voz, no sin que sepa que con él, me voy yo.