Me pregunto si alguna vez
llegamos a ser más que un puñado de promesas rotas y ojalás inventados; más que
un montón de heridas que luchaban por curarse, más que dos desiertos buscando
agua al juntarse.
No logro acordarme si algún día existió un
nosotros, y no sé si aferrarme al final que nunca tuvimos de una historia
absurda y casi inventada, o seguir dándome de cabezazos contra todas las
paredes que me quedan con el estúpido “debimos haber sido sin haber llegado
jamás a ser” en la cabeza.
No sé qué es lo correcto, no sé
qué se hace en las películas en éste momento, y dudo entre salir corriendo
incluso de mí, o intentar escapar contigo a sabiendas de que llegaríamos al
mismo callejón sin salida en el que nos perdimos.
No entiendo ni sé si quiero
entender qué fue lo que acabó de matarnos, si llegó a ser algo y no fuimos
nosotros, que quisimos querernos sin llegar a creérnoslo, si buscamos una aguja
en un pajar, o si acabamos tirándonos por todos los acantilados que nos
encontramos entre nosotros sin probar a saltarlos o, por lo menos, rodearlos.
No ha pasado un estúpido arañazo
de las agujas del reloj que no haya recordado tu manía por tocarme el pelo, tu
costumbre por buscarme sin saber que me habías encontrado, tu voz suspirando mi
nombre entre calada y calada a mis labios. Y no sé cómo sacarme de la cabeza
todos los botellines de cerveza que nos bebimos con la luna de por medio, todos
los poemas que nos dedicamos sin haberlos llegado a leer jamás, el recuerdo de
tus manos desatar todos mis nudos, los lunares de tu espalda en los que me
perdí todas las noches que pasamos en vela.
Pero supongo que nunca fuiste de
los que se quedan, o lo fuiste pero cambiaste de opinión al ver que dormir bajo
el mismo cielo no era lo mismo que dormir entre las mismas sábanas, que quizá
te merecía la pena cerrar todas mis ventanas para abrir una puerta, aunque
fuera la trasera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario